A VIVIR QUE SON DOS DÍAS



Lentejuelas, trapos de colores y salí a bailar, a revolear las topper al aire, a mezclarte en el tumulto sin prejuicios ni tapujos. A gozar de la alegría carnavalera de nuestro pueblo, que lo que importa no es bailar bien, sino bailar con una sonrisa estampada en la cara, resueltos de libertades conquistadas, de un paso más ganado en la batalla diaria contra los que buscan deprimirnos. Ellos, claro, siguen estando ahí, escondidos, esperando dar el zarpazo y con las piedras siempre a mano. Y nosotros respondemos con mística, con bombo y platillo, con saltos sobre el charco y una vida risueña.

Nos lo habían extirpado como si la felicidad se pudiese borrar por decreto. Y en las esquinas del barrio, cortando las calles, sobre el asfalto o los adoquines, seguían pisando fuertes las carrozas y el esfuerzo de estar regalando alegría, un día o dos, cinco o seis, durante años largos y pesados. Hace un año, nos devolvieron el lugar en el calendario, nos oficializaron, no porque sin eso se hubiese dejado de hacer, sino porque es volver de a poco a poner la historia en las manos populares, que tejen los trajes hasta último momento, que se bañan en espumas, que se gastan las suelas.

A vivir que son dos días, a carnavalearla. Apaga la tele y salí a la calle, a transpirar la camiseta y a transmitir esa risa contagiosa. Porque con alegría lograremos vencerlos, ellos pretenden nuestra tristeza, y sabemos que los pueblos deprimidos no vencen, como dijo don Arturo, por eso venimos a militar por el país alegremente, porque nada grande se puede hacer con la tristeza.